62. La nostalgie

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Desde que me quedé con un celular bobo, comencé a recordar todos los eventos relacionados con la (in)comunicación que sin solución de continuidad he vivido desde mi llegada a este país, a saber:

1) Tardé tres meses desde mi llegada en estar en condiciones económicas de tener un celular.

2) A menos de dos meses de haberlo comprado, me robaron ese celular.

3) A tres meses de haber comprado un nuevo celular, ya está desconfigurado y con la pantalla rajada.

4) En lo que respecta a mi notebook:

a) Se me rompió la mitad de la pantalla.

b) La batería dejó de cargar definitivamente.

c) Cada vez es más difícil que el cable de alimentación enganche y el equipo arranque.

d) Se apaga a cada rato (de hecho se me apagó dos veces mientras estaba escribiendo este texto).

5) El wifi fue una presencia casi ausente que poco a poco fue desapareciendo del todo de mi habitación.

6) Al no tener conexión en la habitación, muchas veces me voy con la computadora a la cocina y me siento en un rincón de una de las mesadas. Hace dos semanas sucedió que, de repente, empezaron a caer gotas desde el techo sobre este teclado en el que ahora escribo (con mucha delicadeza para evitar un nuevo apagón, cosa que ocurre al mínimo movimiento). Pero la cosa no quedó en un par de gotitas. No: al día siguiente había una tremenda mancha de humedad justo sobre el sector en el que acostumbro sentarme con mi computadora. Hubo una especie de lluvia continua por una semana, hasta que al fin arreglaron la pérdida.

Ya sé que arriba de esta cocina hay otra y en ese sector debe haber cañerías. Pero es significativo que la pérdida haya ocurrido justo sobre el lugar donde me instalo.

7) Perdí el cargador de baterías de mi cámara y, hasta que no consiga otro, la querida máquina (que para mí es, sin duda, un dispositivo muy relacionado con la comunicación) quedó inutilizable.

Sospecho que existe la ligera posibilidad de que la vida esté intentando decirme algo.

Todavía no logré descifrar cuál es el mensaje.

Pero, ese día en que fui al Devoto de Coronel Mora (aquel donde me crucé al clon de Jay Kay, tal como conté en el post anterior) me compré una botella de litro de vinagre. Y desde hace un par de días, me estoy bañando en él. Soy una especie de ensalada caminante, pero quién sabe, quizá logre conocer a algún vegetariano interesante.

(mentira, nunca haría buena pareja con un vegetariano. Los respeto mucho y en algún punto me gustaría ser como ellos, pero no seríamos compatibles)

………….

Dado que –contando este- me faltan 39 posts para llegar a mi meta de los cien escritos de este diario de viaje, estaba previsto que el título de este texto fuera “The 39 steps”.

Soy amante de la palabra “step”, porque considero que es una de las más ricas a nivel semántico del idioma inglés. Esas humildes cuatro letras encierran en sí múltiples sentidos y son la herramienta que da a pie a numerosas expresiones y formas verbales.

Pero, deteniéndome sólo en lo más básico y evidente, “step” alude tanto a un paso como a un escalón. Y, para mí, cada texto que escribo responde a ambos sentidos. E involucra a todo mi cuerpo, desde las entrañas hasta aquello intangible pero que también nos conforma; a todas esas energías físicas y espirituales que nos hacen tomar la decisión de levantar un pie para tocar un nuevo punto de apoyo –siempre provisorio-, sea un peldaño o cualquier otra clase de superficie.

Por las razones antedichas este post iba a tener ese otro título.

Pero, ahora que cada uno de esos escalones que voy subiendo se va desplomando bajo mis pies (o los tablones que soportaron mis pasos anteriores se caen, para seguir la línea literaria de “Partida”) lo que rescato es que, habiendo llegado ese 4 de enero sin un peso (ni uruguayo ni argentino) logré quedarme acá, por lo menos, hasta la víspera de la noche de la nostalgia. Un invento uruguayo que tiene casi mi edad -es apenas más joven- y es muy célebre por estas tierras. Dicen que es la noche del año en la que más sale la gente, incluso más que para fin de año.

Alguna vez pasé un 24 de agosto acá, pero nunca hice programa extra-muros. Sin embargo, la noche de nostalgia que recuerdo muy bien es la del 2005, año en que acá en Uruguay se registró un temporal devastador, casi coincidente con la famosa noche.

Hubo muchas pérdidas de todo tipo. Y unas horas después, el 25 de agosto del 2005, los ecos de ese temporal llegaron hasta mi vida en Buenos Aires y arrasaron con todo lo que encontraron en ese camino. Nunca podré olvidar que, esa noche, tuve que volver desde Palermo hasta mi casa, en Belgrano. Y estaba completamente ida, no me importaba si me pisaba un auto o si un rayo me terminaba de hacer añicos por el camino.

Escribí un cuento con esa historia, quizás algún día lo publiqué acá, pero en todo caso sigo escribiendo la novela que cuenta la historia completa (aunque en clave de ficción, porque jamás podría ni querría escribir todo tal como ocurrió; en ese sentido ese texto posee un registro narrativo muy diferente a este).

Y la otra persona que protagonizó esa noche escribió años después un cuento no casualmente llamado “La noche de la nostalgia”, que me dedicó y en el que el personaje principal está inspirado en mí. Aunque, claro, la historia es triste.

En fin, este año la noche de la nostalgia me encuentra aquí. Sola, helada (y sigo sin calefacción en mi habitación), sin trabajo y por supuesto sin planes de salir.

Se dice que la clave de la noche de la nostalgia es tomar ese sentimiento ambivalente que le da origen y resignificarlo como ocasión de festejo.

En este contexto, para mí esa noche será un homenaje a la nostalgia en estado puro. Lo más probable es que, al igual que en mi cumpleaños, brinde conmigo misma y escuche canciones de Sinatra, recordando otras noches. Noches que, de alguna manera, son esos pasos –o escalones- que me trajeron hasta aquí.

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